martes, 3 de mayo de 2011

CONCLUSIÓN


Capítulo 12

CONCLUSIÓN

Nos hallamos en un mundo desconcertante. Queremos darle sentido a lo que vemos
a nuestro alrededor, y nos preguntamos: ¿cuál es la naturaleza del universo? ¿Cuál
es nuestro lugar en él, y de dónde surgimos él y nosotros? ¿Por qué es como es?

Para tratar de responder a estas preguntas adoptamos una cierta «imagen del
mundo». Del mismo modo que una torre infinita de tortugas sosteniendo a una Tierra
plana es una imagen mental, lo es la teoría de las supercuerdas. Ambas son teorías
del universo, aunque la última es mucho más matemática y precisa que la primera. A
ambas teorías les falta comprobación experimental: nadie ha visto nunca una tortuga
gigante con la Tierra sobre su espalda, pero tampoco ha visto nadie una
supercuerda. Sin embargo, la teoría de la tortuga no es una teoría científica porque
supone que la gente debería poder caerse por el borde del mundo. No se ha
observado que esto coincida con la experiencia, ¡salvo que resulte ser la explicación
de por qué ha desaparecido, supuestamente, tanta gente en el Triángulo de las
Bermudas!

Los primeros intentos teóricos de describir y explicar el universo involucraban la idea
de que los sucesos y los fenómenos naturales eran controlados por espíritus con
emociones humanas, que actuaban de una manera muy humana e impredecible.

Estos espíritus habitaban en lugares naturales, como ríos y montañas, incluidos los
cuerpos celestes, como el Sol y la Luna. Tenían que ser aplacados y había que
solicitar sus favores para asegurar la fertilidad del suelo y la sucesión de las
estaciones. Gradualmente, sin embargo, tuvo que observarse que había algunas
regularidades: el Sol siempre salía por el este y se ponía por el oeste se hubiese o
no se hubiese hecho un sacrificio al dios del Sol. Además, el Sol, la Luna y los
planetas seguían caminos precisos a través del cielo, que podían predecirse con
antelación y con precisión considerables. El Sol y la Luna podían aún ser dioses,
pero eran dioses que obedecían leyes estrictas, aparentemente sin ninguna
excepción, si se dejan a un lado historias como la de Josué deteniendo el Sol.

Al principio, estas regularidades y leyes eran evidentes sólo en astronomía y en
pocas situaciones más. Sin embargo, a medida que la civilización evolucionaba, y
particularmente en los últimos 300 años, fueron descubiertas más y más
regularidades y leyes. El éxito de estas leyes llevó a Laplace, a principios del siglo
xix, a postular el determinismo científico, es decir, sugirió que había un conjunto de
leyes que determinarían la evolución del universo con precisión, dada su
configuración en un instante.

El determinismo de Laplace era incompleto en dos sentidos. No decía cómo deben
elegirse las leyes y no especificaba la configuración inicial del universo. Esto se lo
dejaba a Dios. Dios elegiría cómo comenzó el universo y qué leyes obedecería,
pero no intervendría en el universo una vez que éste se hubiese puesto en marcha.

En realidad, Dios fue confinado a las áreas que la ciencia del siglo xix no entendía.

Sabemos ahora que las esperanzas de Laplace sobre el determinismo no pueden
hacerse realidad, al menos en los términos que él pensaba. El principio de
incertidumbre de la mecánica cuántica implica que ciertas parejas de cantidades,
como la posición y la velocidad de una partícula, no pueden predecirse con completa
precisión.

La mecánica cuántica se ocupa de esta situación mediante un tipo de teorías
cuánticas en las que las partículas no tienen posiciones ni velocidades bien
definidas, sino que están representadas por una onda. Estas teorías cuánticas son
deterministas en el sentido de que proporcionan leyes sobre la evolución de la onda
en el tiempo. Así, si se conoce la onda en un instante, puede calcularse en cualquier
otro instante. El elemento aleatorio, impredecible, entra en juego sólo cuando
tratamos de interpretar la onda en términos de las posiciones y velocidades de
partículas. Pero quizás ése es nuestro error: tal vez no existan posiciones y
velocidades de partículas, sino sólo ondas. Se trata simplemente de que intentamos
ajustar las ondas a nuestras ideas preconcebidas de posiciones y velocidades. El
mal emparejamiento que resulta es la causa de la aparente impredictibilidad.

En realidad, hemos redefinido la tarea de la ciencia como el descubrimiento de leyes
que nos permitan predecir acontecimientos hasta los límites impuestos por el
principio de incertidumbre. Queda, sin embargo, la siguiente cuestión: ¿cómo o por
qué fueron escogidas las leyes y el estado inicial del universo?

En este libro he dado especial relieve a las leyes que gobiernan la gravedad, debido
a que es la gravedad la que determina la estructura del universo a gran escala, a
pesar de que es la más débil de las cuatro categorías de fuerzas. Las leyes de la
gravedad eran incompatibles con la perspectiva mantenida hasta hace muy poco de
que el universo no cambia con el tiempo: el hecho de que la gravedad sea siempre
atractiva implica que el universo tiene que estar expandiéndose o contrayéndose.

De acuerdo con la teoría general de la relatividad, tuvo que haber habido un estado
de densidad infinita en el pasado, el big bang, que habría constituido un verdadero
principio del tiempo. De forma análoga, si el universo entero se colapsase de nuevo
tendría que haber otro estado de densidad infinita en el futuro, el big crunch, que
constituiría un final del tiempo. Incluso si no se colapsase de nuevo, habría
singularidades en algunas regiones localizadas que se colapsarían para formar
agujeros negros. Estas singularidades constituirían un final del tiempo para
cualquiera que cayese en el agujero negro. En el big bang y en las otras
singularidades todas las leyes habrían fallado, de modo que Dios aún habría tenido
completa libertad para decidir lo que sucedió y cómo comenzó el universo.

Cuando combinamos la mecánica cuántica con la relatividad general parece haber
una nueva posibilidad que no surgió antes: el espacio y el tiempo juntos podrían
formar un espacio de cuatro dimensiones finito, sin singularidades ni fronteras, como
la superficie de la Tierra pero con más dimensiones. Parece que esta idea podría
explicar muchas de las características observadas del universo, tales como su
uniformidad a gran escala y también las desviaciones de la homogeneidad a más
pequeña escala, como las galaxias, estrellas e incluso los seres humanos. Podría
incluso explicar la flecha del tiempo que observamos. Pero si el universo es
totalmente auto contenido, sin singularidades ni fronteras, y es descrito
completamente por una teoría unificada, todo ello tiene profundas ¡aplicaciones
sobre el papel de Dios como Creador.

Einstein una vez se hizo la pregunta: «¿cuántas posibilidades de elección tenía Dios
al construir el universo?». Si la propuesta de la no existencia de frontera es correcta,
no tuvo ninguna libertad en absoluto para escoger las condiciones iniciales. Habría
tenido todavía, por supuesto, la libertad de escoger las leyes que el universo
obedecería. Esto, sin embargo, pudo no haber sido realmente una verdadera
elección; puede muy bien existir sólo una, o un pequeño número de teorías
unificadas completas, tales como la teoría de las cuerdas heteróticas, que sean
autoconsistentes y que permitan la existencia de estructuras tan complicadas como
seres humanos que puedan investigar las leyes del universo e interrogarse acerca de
la naturaleza de Dios.

Incluso si hay sólo una teoría unificada posible, se trata únicamente de un conjunto de
reglas y de ecuaciones. ¿Qué es lo que insufla fuego en las ecuaciones y crea un
universo que puede ser descrito por ellas? El método usual de la ciencia de
construir un modelo matemático no puede responder a las preguntas de por qué
debe haber un universo que sea descrito por el modelo. ¿Por qué atraviesa el
universo por todas las dificultades de la existencia? ¿Es la teoría unificada tan
convincente que ocasiona su propia existencia? 0 necesita un creador y, si es así,
¿tiene éste algún otro efecto sobre el universo? ¿Y quién lo creó a él?

Hasta ahora, la mayoría de los cientificos han estado demasiado ocupados con el
desarrollo de nuevas teorías que describen cómo es el universo para hacerse la
pregunta de por qué. Por otro lado, la gente cuya ocupación es preguntarse por qué,
los filósofos, no han podido avanzar al paso de las teorías científicas. En el siglo
XVIII, los filósofos consideraban todo el conocimiento humano, incluida la ciencia,
como su campo, y discutían cuestiones como, ¿tuvo el universo un principio? Sin
embargo, en los siglos xix y xx, la ciencia se hizo demasiado técnica y matemática
para ellos, y para cualquiera, excepto para unos pocos especialistas. Los filósofos
redujeron tanto el ámbito de sus indagaciones que Wittgenstein, el filósofo más
famoso de este siglo, dijo: «la única tarea que le queda a la filosofía es el análisis del
lenguaje». ¡Que distancia desde la gran tradición filosófica de Aristóteles a Kant!

No obstante, si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus
líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos
científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos
capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué
existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo definitivo
de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios.

Historia del Tiempo: Del Big Bang a los Agujeros Negros Stephen Hawking

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